
Por: David Ramírez.
Somos un país sumido en una malísima situación económica, la corrupción y la anarquía que generan la delincuencia y el narcotráfico nos arrastra casi al borde de la desesperanza.
A cada momento se denuncia a funcionarios envueltos en escandalosos casos de corrupción y nada se hace, mientras tanto cada día se les ve paseando a estos corruptos libremente por nuestras calles en lujosas jeepetas y viviendo en mansiones o villas de veraneos,funcionarios que ostentan "su riqueza" sin que se haga justicia.
Un país donde ciertos militares, que ganaban un sueldito apenas unos cuantos años atrás y que no alcanzaba siquiera para sostener su miseria, a los pocos años de escalar de rango y ocupar funciones en el alto mando militar ya los vemos convertidos en ricos ganaderos, poderosos latifundistas e influyentes empresarios.
Un país donde sus jóvenes ya no quieren estudiar y los pocos que llegan a las universidades no se inscriben en carreras como la agronomía, economía, filosofía, historia porque “no son rentables”.

Un país donde muchas madres aspiran a que sus hijos sólo jueguen pelota y hagan así realidad su romántico sueño de que algún día el chico “sea bueno y firme en las grandes ligas” para que ayude a sacar a la familia de su miseria.
Un país donde los narcotraficantes se pasean impunemente en grandísima hummer por calles y callejones de los barrios más humildes de nuestras ciudades realizando sus “negocios” a la vista de todos y “vendiéndole” la idea a los chicos de qué en el futuro este podría ser el mejor camino para lograr la riqueza y el poder.
Un país donde los choferes están por encima de las leyes abusando de los peatones.
Un país donde sus legisladores se comportan como “borregos” y legislan para regalar sus recursos naturales al mejor postor.
A pesar de que somos un país que poco a poco a pierde sus valores morales todavía quedan esperanzas.
Encontrarse en las mañanas artículos como el de Manuel Azcona, escrito en el diario digital "Diario Horizonte" es agradable, muy alentador.
Por eso, el saber que aún podemos encontrar hombres como el Alcalde Lino Morel, una persona llena de dignidad y honradez, sabemos que aún quedan esperanzas de que todavía se puede cambiar el oscuro panorama que se nos viene encima.
Es uno de esos artículos que vale la pena leer.
Reproduzco a continuación el artículo.
Dignidad se impone a insignias y dinero
Por Manuel Azcona
SANTO DOMINGO.-El poder de las insignias que por largos años han estado de espalda a las mejores causas del pueblo y de frente al servicio de capos, el crimen organizado y la violencia, no han podido doblegar la dignidad de un humilde campechano alcalde pedáneo de la apartada e olvidada comunidad de Sabana de la Cruz, en Guayubín, provincia Monte Cristi, distante a más de 300 kilómetros al noroeste de la capital de la República Dominicana. La dignidad del alcalde pedáneo, Lino Socio Morel González, es tan inmensurable que ha exclamó que entregaba el dinero porque “quiero morir en paz con Dios”.
Lino Socio Morel González, quien frente a un despliegue de insignias, rangos y miembros del sistema judicial, blandiendo en sus manos una manilla de cinco mil pesos entregados por un coronel policial de apellido Lebrón y el capitán de puesto de Villa Vásquez, en nombre del jefe de la Policía, Rafael Guillermo Guzmán Fermín, relató a la comisión que investiga la muerte de los raptores del joven Eduardo Baldera Gómez, que entregaron sanos y con vida a Cecilio Díaz a miembros de la Marina de Guerra y esta a su vez a la policía local.
Lino Socio Morel González asegura que los cinco mil pesos le entregaron debía ser repartido entre los hombres de la comunidad que participaron en la captura de Cecilo Díaz.
Sin embargo, antes del inicio de la designación de la comisión investigadora sobre los intercambios de disparos entre policías y secuestradores, la intuición popular del dominicano, tras accesar a una encuesta de la edición digital del periódico El Nacional, con solo un clic, ha definido el desenlace del secuestro, como algo incrédulo, por no decir, suspicaz y sospechoso.
El poder de la insignias se remonta desde la tenebrosa era de Trujillo hasta nuestros días, de cuya situación es culpable el Poder Legislativo, senadores y diputados, quienes por clientelismo político y apañamiento de la cúpula policial, fueron incapaces de darle al pueblo una Policía Civil, borrando las insignias en la que hoy se escudan una caterva de generales sin tropas que desmedran el erario público y amasan grandes fortunas que no pueden justificar.
El poder de las insignias son utilizadas por perversos miembros de la Marina de Guerra, que con su blanco uniforme, han sido protectores y custodios de embarcaciones usadas por carteles del narcotráfico, en la matanza de los siete colombiano en Paya, Baní, de donde cargaron con drogas y dinero que nunca han aparecido, ni en los centros espiritistas.
El Poder de las insignias también bailó el son a ritmo del ex capitán del Ejército Nacional, Ernesto Paulino Castillo (Quirino), quien es procesado en una Corte de Justicia de los Estados Unidos bajo cargos de tráfico de drogas.
Además, el poder de las insignias pretende imponer en el país la peligrosa cultura de ascender y repartir dinero a diestra y siniestra a los agentes bajo su mando, cuando resuelven cualquier caso con “lluvias de balas”, cuando en realidad lo correcto sería aumentar el salario a policías y militares para que de forma digna y decorosa puedan hacer un trabajo serio y adecuado que permita a los tribunales establecer la penalidad a los infractores de la leyes.
De continuar el derrotero que lleva el jefe de la Policía Nacional, ningún ciudadano perseguido por la institución llegará vivo ante los tribunales de la República, pues sus persecutores aplicaran la Ley del gatillo alegre, a fin de cobrar su recompensa en metálico y ascenso.
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