Por Welnel Darío Féliz
El mar Caribe por el Sur y el Atlántico por el Norte, casi rodean a la República Dominicana y digo “casi”, por la frontera divisoria con Haití, al Oeste, por lo que no estamos rodeados de mar, aunque seamos un Estado Archipieológico, a partir de nuestra ubicación en el archipiélago antillano. Como habitantes de una isla, nuestra visión suele ser de carácter insular, dirigida hacia los escenarios internos, cuan jaula, de allí que mantenemos posiciones encontradas con nuestros vecinos, de los cuales sectores con influencia política y mediática pretenden que vivamos de espaldas.
La insularidad incita a una exaltación de lo propio, sin tomar mucho en cuenta a los escenarios allende los mares. Se llega así a una valorización superlativa, extrema, por lo que consideramos a lo nuestro como lo mejor, sin mediatizar las formas de pensar. Ello prohíja, al mismo tiempo, escenarios muy particulares, en que las personas se dejan permear de planteamientos considerados avanzados, al no tener puntos de referencias más allá de las noticias.
El campo de la historia no se queda fuera de esta influencia insular. Un análisis de la historiografía nos permite identificar un país que sirvió de modelo y escenario para la puesta en práctica de la dominación española en América; la colonia de las primicias; un país valorizado por sus gentes; un país con una historia considerada casi de influencia universal; un país históricamente superior a sus vecinos; un país con una historia de luchas, de constancia, un país casi exclusivo en el mundo.
Pero lo cierto es que para muchos historiadores, tanto suramericanos como caribeños, para expertos en las independencias de América, para los investigadores de la esclavitud, para los analistas de la evolución social latinoamericana, para los colonialistas, para los estudiosos de lo indígena, para los interesados en la historia, la República Dominicana no existe.
Aunque existe como nación, la República Dominicana se considera que no tiene historia de importancia para la historia de América. Extintos sus indígenas en los primeros años de la conquista, no son objeto de estudio y abandonada como fue durante la etapa colonial, su influencia fue casi nula. Haití si es considerada una nación con historia, una nación caracterizada por sus luchas, reivindicada como el modelo de libertad durante el siglo XVIII y el XIX.
Aunque ciertamente se trata de una exclusión inadecuada por parte de los historiadores, razones inducen a tales criterios, criticables tal vez, pero al mismo tiempo temas de reflexión como investigadores, historiadores y como sociedad.
La República Dominicana es un país cuyo accionar social y cuya historiografía está sustentada en la oposición a lo haitiano. No han bastado los más de 170 años transcurridos y las generaciones que han devenido para revivir un pasado que no del todo fue dañino para los dominicanos de entonces; pasado que se entiende que hay que mantenerlo como sustento de la independencia.
De allí que se sostiene una actualidad de las ideas de Duarte, como punto de apoyo contra una constante “invasión pacífica” haitiana. Todos estos elementos constituyen lineamientos sostenidos por pensadores e historiadores, impulsados por sectores ya mencionados, que forman parte no solo del sistema educativo, sino de propagandas de todo tipo que permean en las redes sociales, hasta penetrar al convivir colectivo de nuestras comunidades.
Esos criterios han desembocado en una exclusión historiográfica de todo lo relativo a la evolución de la historia de América, de la historia de Haití, de la historia de África; por tanto, se han abocado a analizar de la evolución de la República sin considerar ninguna influencia externa. Han obviado así las luchas contra la esclavitud escenificada en el siglo XIX, las diferentes revoluciones antillanas o las luchas por la igualdad de los indígenas suramericanos. Reivindica
Es así que el país es visto como una nación racista, excluyente, con una historia de espaldas a los verdaderos procesos reivindicativos de los excluidos; con historiadores dedicados a justificar la evolución de la historia interna teniendo como colofón la supremacía social y racial del país sobre Haití; una historia exaltadora de lo hispano, cuando se está en presencia de un revisionismo historiográfico; un país con serias contradicciones en torno a su identidad social, racial y política; un país que vive en democracia plena pero resalta las luchas de los socialistas y los sitúa como héroes; un Estado que reivindica las agresiones a sus propias instituciones; un Estado y una nación que prohíjan la exaltación de un gesta, como la del 24 abril, que tuvo sus inicios en las contradicciones económicas de grupos militares y la intervención posterior de sectores comunistas que terminaron por desencadenar una desestabilización social y política colectiva.
Ver el país desde afuera permite una visión un poco más amplia del escenario historiográfico que le caracteriza, e invita a una revisión del modelo de construcción de la historia nacional, pero ya tomando como referentes procesos un poco más colectivos, que han permitido construir una América más unificada, respetuosa de los derechos colectivos y luchadora por la igualdad de todos los grupos humanos, principalmente de aquellos históricamente excluidos.

No hay comentarios:
Publicar un comentario